Definitivamente, cada uno desde
su campo de acción, Vasconcelos, Henríquez Ureña y Ponce fueron fieles
defensores de una América Latina con identidad propia, unida y libre frente a
la influencia de los Estados Unidos, y conscientes del papel que juegan los
latinoamericanos en el mundo y la historia.
Fueron, además, ágiles para denunciar las desigualdades sociales, producto
de la opresión no solo de la potencia foránea, sino también de los propios
grupos de poder al interior de nuestros países.
El espíritu latinoamericanista
presente en el modernismo de Darío, fue compartido también por el uruguayo José
Enrique Rodó (1871-1917), quien con su “Ariel” promovería un regreso a los
ideales estéticos y los valores más espirituales de la América Hispana, en
contraposición con el utilitarismo y el positivismo de los anglosajones.
Recordemos, además, que en Costa
Rica, en esos años, se dio la reacción ante el liberalismo, con el
intervencionismo estatal de corte socialista de Alfredo González Flores. La educación dirigiría sus esfuerzos a una
mayor cobertura y a unos valores más cercanos a la solidaridad y a una
consciencia nacional enfrentada a la competencia y al materialismo que
caracterizaron al positivismo.
Un maestro costarricense, don
Joaquín García Monge, sería uno de los defensores del espíritu latinoamericano
inspirado en la obra de Rodó, tal como lo ha señalado don Arnoldo Mora en su
libro “El arielismo: De Rodó a García Monge” (véase Mora, 2008). Don Joaquín, nacido en Desamparados y
graduado de la Universidad de Chile, Director de la Escuela Normal y Ministro
de Educación, fue uno de los más grandes difusores de la cultura
latinoamericana a través del “Repertorio Americano”, que durante las primeras
décadas del siglo XX publicó los escritos de los mejores ensayistas y literatos
de esta parte del continente.
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