martes, 30 de julio de 2013

Referencias

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Arpini, A. (2006). Aníbal Ponce: El trabajo del pensamiento. Página web del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE).  Recuperado de: http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=1423

Astigueta, Bernardo. (2005). El espiritualismo latinoamericano y su perfil profético frente a la globalización. Cuadernos Canela, Actas de la Confederación Académica Nipona, Española y Latinoamericana. Vol. XVII, p.9-23. Recuperado de: http://www.canela.org.es/cuadernoscanela/canelapdf/cc17astigueta.pdf

Gamboa, Jonatan. (2006). La revolución mexicana y sus políticas educativas. Revista Universitarios Potosinos, Año 2, No.8, diciembre.  Recuperado de: http://gamboajonatan.wordpress.com/2006/12/01/la-revolucion-mexicana-y-sus-politicas-educativas/

García, L.N. (2009). La obra psicológica de Aníbal Ponce. Anuario de Investigaciones, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Vol. XVI, p.173-182.  Recuperado de: http://www.scielo.org.ar/pdf/anuinv/v16/v16a56.pdf

Jáuregui, Carlos. (2004). Arielismo e imaginario indigenista en la revolución boliviana. Sariri: Una réplica a Rodó (1954). Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXX, No.59, p.155-182.  Recuperado de: http://sitemason.vanderbilt.edu/files/h/h9o95S/Arielismo_indigenismo.pdf

Lazarín Miranda, Federico. (2009). José Vasconcelos: Apóstol de la educación. Revista Casa del Tiempo (Universidad Autónoma Metropolitana, México), Vol.25, noviembre, p.11-14. Recuperado de: http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/25_iv_nov_2009/casa_del_tiempo_eIV_num25_11_14.pdf

Mora, Arnoldo. (2010). Nuestra América hacia su segunda independencia. Revista Pasos, Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), No.150, julio-agosto, p. 30-32. Recuperado de: http://www.revistas.unam.mx/index.php/archipielago/article/view/24319

Mora, Arnoldo. (2008). El legado de don Joaquín García Monge a 50 años de su muerte. Revista Comunicación, Instituto Tecnológico de Costa Rica, Vol. 17, año 29, edición especial, p. 47-52. Recuperado de: http://www.tec.ac.cr/sitios/Docencia/ciencias_lenguaje/revista_comunicacion/anteriores/Vol17-A29-Ed-Especial%202008/6.pdf

Ocampo López, Javier. (2005). José Vasconcelos y la educación mexicana. Revista Historia de la Educación Latinoamericana (RHELA), No.7, p. 137-157. Recuperado de: http://www.rhela.rudecolombia.edu.co/index.php/rhela/article/viewFile/104/101

Pérez, Odalís G. (2010). Pedro Henríquez Ureña: Historia cultural, historiografía y crítica literaria. Archivo General de la Nación, Vol. CXIV. Santo Domingo, República Dominicana: Archivo General de la Nación.  Recuperado de: http://www.bibliotecadigital.gob.do/ejemplar/show/2258

Ponce, Aníbal. (1980). Educación y lucha de clases. Madrid, España: Partido Comunista Obrero Español. Recuperado de: http://es.scribd.com/doc/13904629/Anibal-Ponce-Educacion-y-lucha-de-clases-libro-completo

Zea, Leopoldo. (1976). El pensamiento latinoamericano. Barcelona, España: Ariel.   Recuperado de: http://www.olimon.org/uan/pensamiento.pdf

Conclusiones

Definitivamente, cada uno desde su campo de acción, Vasconcelos, Henríquez Ureña y Ponce fueron fieles defensores de una América Latina con identidad propia, unida y libre frente a la influencia de los Estados Unidos, y conscientes del papel que juegan los latinoamericanos en el mundo y la historia.  Fueron, además, ágiles para denunciar las desigualdades sociales, producto de la opresión no solo de la potencia foránea, sino también de los propios grupos de poder al interior de nuestros países.

El espíritu latinoamericanista presente en el modernismo de Darío, fue compartido también por el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), quien con su “Ariel” promovería un regreso a los ideales estéticos y los valores más espirituales de la América Hispana, en contraposición con el utilitarismo y el positivismo de los anglosajones. 

Recordemos, además, que en Costa Rica, en esos años, se dio la reacción ante el liberalismo, con el intervencionismo estatal de corte socialista de Alfredo González Flores.  La educación dirigiría sus esfuerzos a una mayor cobertura y a unos valores más cercanos a la solidaridad y a una consciencia nacional enfrentada a la competencia y al materialismo que caracterizaron al positivismo.

Un maestro costarricense, don Joaquín García Monge, sería uno de los defensores del espíritu latinoamericano inspirado en la obra de Rodó, tal como lo ha señalado don Arnoldo Mora en su libro “El arielismo: De Rodó a García Monge” (véase Mora, 2008).  Don Joaquín, nacido en Desamparados y graduado de la Universidad de Chile, Director de la Escuela Normal y Ministro de Educación, fue uno de los más grandes difusores de la cultura latinoamericana a través del “Repertorio Americano”, que durante las primeras décadas del siglo XX publicó los escritos de los mejores ensayistas y literatos de esta parte del continente.

Anti positivismo y anti imperialismo en la literatura de la época

En 1904, el poeta nicaragüense Rubén Darío escribió un poema, “A Roosevelt”, dirigido al entonces presidente norteamericano Theodore Roosevelt, quien ejerció su mandato entre 1901 y 1909.  Durante la presidencia de Roosevelt los Estados Unidos impusieron su política del “big stick”.  Los norteamericanos intervinieron para que Panamá se independizara de Colombia en 1903, para poder construir allí el canal interoceánico.  Este hecho disgustó mucho a Darío, quien en este poema denunció el afán imperialista y el ejercicio del poder de los Estados Unidos sobre Latinoamérica. 

Este poema, incluido en sus “Cantos de Vida y Esperanza”, se considera uno de las manifestaciones del descontento de los latinoamericanos con el positivismo que veía en los anglosajones el modelo de desarrollo a seguir para nuestros pueblos, e ilustra cómo el movimiento literario del modernismo estuvo vinculado con el idealismo y el anti-positivismo de principios del siglo XX (Arellano, 2011).  A continuación un fragmento del citado poema de Darío:

Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

Sobre el ensalzamiento de la raza mestiza, otro modernista, el peruano José Santos Chocano (1875-1934), escribiría el poema “Blasón”, el cual dice así:

Soy el cantor de América autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con vaivén pausado de hamaca tropical...

Cuando me siento inca, le rindo vasallaje
al Sol, que me da el cetro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje
parecen mis estrofas trompetas de cristal.

Mi fantasía viene de un abolengo moro:
los Andes son de plata, pero el león, de oro,
y las dos castas fundo con épico fragor.

La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.

Aníbal Ponce: La crítica marxista a la educación burguesa



En el extremo sur de América Latina, Aníbal Ponce (1898-1938) tomaría como punto de referencia las ideas marxistas para hacer una interpretación de la educación desde la lucha de clases.  Este análisis quedaría plasmado en su volumen de lecciones, “Educación y Lucha de Clases”, publicado en 1934.

Como aclaración, es importante destacar que el anti imperialismo de Rodó, con antecedentes y correlatos en Martí, de Hostos, Vasconcelos y otros muchos, es anterior a la aparición del marxismo en Latinoamérica.  Algunos marxistas, entre ellos José Carlos Mariátegui, incluso criticaron el arielismo de Rodó, por considerarlo ingenuo y burgués; sin embargo, Ponce y los nuevos marxistas latinoamericanos seguirían a Rodó (véase Jáuregui, 2004, p. 157).

Aníbal Norberto Ponce nació en Argentina, en donde vivió épocas de importantes cambios sociales y políticos.  Ejerció como docente de Psicología en varias universidades, hasta que fue expulsado por el gobierno por su simpatía con las ideas marxistas. Así, se exilió en México, en donde murió, bastante joven, a raíz de un accidente de tránsito.  Uno de sus maestros fue el psicólogo y filósofo José Ingenieros, nacido en Italia y emigrado a Argentina, muy conocido por su libro “El hombre mediocre”.  Se dice que Ingenieros tenía una filosofía positivista (Arpini, 2006), añadiendo más tarde Ponce a las enseñanzas de su maestro, las ideas socio-históricas del marxismo.  Ponce participó en el Partido Comunista de Argentina, y se destacó como autor de ensayos críticos.

Los aportes de Ponce a la teoría social y política, desde el marxismo, se han considerado centrales para la filosofía latinoamericana; sin embargo, hizo también numerosos aportes a la Psicología como disciplina, los cuales no han sido tomados en cuenta suficientemente.  Autores como García (2009), se han dado a la tarea de rescatar sus contribuciones a la Psicología.  Particularmente, Ponce escribió mucho desde la reflexología, en el campo de la Psicología Fisiológica, la Psicología de las Emociones y la Psicología del Desarrollo Humano.

En su libro “Educación y Lucha de Clases”, Ponce hace un recorrido por la educación desde la sociedad primitiva hasta el presente (de su época), estableciendo un nexo entre el ejercicio del poder y la forma como la educación contribuye a este.  Así, resalta cómo la educación ha servido siempre, a lo largo de la historia, los intereses de los grupos dominantes.  En la antigua Grecia, la educación estaba reservada a los ciudadanos y vedada para los esclavos; se imponía la instrucción para la guerra y para quienes iban a ocupar los cargos públicos.  Lo mismo ocurrió en Roma.  Las nacientes burguesías desplazaron al poder monárquico y eclesiástico, para instituir una educación dirigida a promover las ideas liberales para favorecer el comercio.  Critica a Pestalozzi y a otros pedagogos, por cuanto considera que solamente tenían el interés de educar para que las personas asumieran los oficios que a la postre beneficiaban a los poderosos.  De manera similar, en la revolución industrial, la educación jugó el papel de adiestrar a los obreros que eran explotados en las fábricas.  De acuerdo con Ponce, no hubo un verdadero interés por ofrecer una educación popular con carácter emancipatorio para la toma de consciencia de las clases obreras y campesinas.  En otras palabras, aludiendo al título de su obra, la educación para Ponce ha estado siempre al servicio de la clase dominante, en las diferentes sociedades y etapas históricas.  

Pedro Henríquez Ureña



Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) fue uno de los más grandes humanistas e intelectuales de América Latina.  Nacido en Santo Domingo, República Dominicana, llegó a ser uno de los eruditos más importantes de las letras latinoamericanas.  Notable ensayista, hábil en el uso de la palabra, viajó por varios países, estableciéndose en México, y más tarde en Argentina, hasta su muerte en este último país.  Henríquez Ureña es considerado, junto con José Vasconcelos, uno de los representantes del anti-positivismo en la primera mitad del siglo XX (Zea, 1976).

En México, contribuyó a la reforma de la Universidad Nacional, con sus ideas acerca de la autonomía que debía tener la universidad frente a los poderes del Estado.  En esos tiempos, el Presidente de la República debía aprobar el nombramiento de las autoridades y los catedráticos de la universidad, ante lo cual Henríquez Ureña veía un peligro para una verdadera auto-determinación y libertad de cátedra en las universidades.  Así, en su discurso “¿Cómo debe el Estado intervenir en la administración universitaria?”, decía Henríquez Ureña:

Por lo que respecta al Poder Ejecutivo, únicamente debería servir de intermediario entre el Congreso y la universidad: aún podría extenderse a resolver conflictos interiores de ésta, cuando su cuerpo directivo no bastara. Pero es innecesario que el Ejecuti­vo nombre a uno siquiera de los profesores o dependientes de la universidad. El personal administrativo debe ser nombrado por el director de cada plantel: el principio está ya aceptado en la Ley Constitutiva de la Escuela de Altos Estudios, cuyo director tiene facultad de nombrar a todos sus empleados. El personal directi­vo y docente debe ser nombrado por el Consejo Universitario, y, para los interinatos, por el solo rector de la universidad (Henríquez Ureña, en Pérez G., 2010, p.104).

Asimismo, Henríquez Ureña defendió siempre el deber que para él tenía el Estado de financiar la educación en todos sus niveles, incluida la educación superior.  Aducía que, aunque no todas las personas llegan a obtener un título universitario, era primordial para todo país formar a los intelectuales que aporten a la transformación de la sociedad desde sus respectivas disciplinas.

José Vasconcelos (1882-1959)



José Vasconcelos fue uno de los pensadores latinoamericanos identificados con el anti-positivismo.  Si bien se formó bajo su influencia, reconoció las limitaciones de imitar la cultura y los valores de la sociedad europea y norteamericana.  Su filosofía se acerca al idealismo y al espiritualismo que surgieron en el siglo XX como reacción ante el positivismo que imperó en el siglo anterior.  Sus ideales, como los de otros latinoamericanistas, giran en torno a una unión de los pueblos de América Latina, y al reconocimiento de una raza mestiza, como una fortaleza de nuestros países, y no como un símbolo de “barbarie” o de una raza inferior.  Vasconcelos fue el autor del lema de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que dice: “Por mi raza hablará el espíritu”. Sobre Vasconcelos, dice Leopoldo Zea (1976):

Los pueblos latinoamericanos tienen también sus cualidades y es sobre ellas que ha de descansar el futuro de sus pueblos si han de sobrevivir en la pugna que se ha abierto para someterlos definitivamente.  “¡Cómo deben reír de nuestros desplantes y vanidades latinas estos fuertes constructores de imperios! Ellos no tienen en la mente el lastre ciceroniano de la fraseología, ni en la sangre los instintos contradictorios de la mezcla de razas disímiles; pero cometieron el pecado de destruir esas razas, en tanto que nosotros las asimilamos, y esto nos da derechos nuevos y esperanzas de una misión sin precedente en la historia” (p.170).

Filósofo, escritor, ensayista, orador, profesor universitario, se graduó como abogado en 1905; fue Rector de la Universidad Nacional de México, e incluso se postuló a la presidencia de la República en 1929.  Ejerció la docencia universitaria en Estados Unidos y en Europa.  Fue además Secretario de Educación Pública, desde donde dirigió una profunda y extensa reforma educativa.  Promovió las artes a través del muralismo con temas indígenas y fue director de la Biblioteca Nacional (Ocampo López, 2005).

Apunta Lazarín Miranda (2009) que la filosofía educativa de Vasconcelos fue más allá de enseñar a leer y escribir; consideraba que tenía que existir una formación humanista de carácter integral, razón por la que fomentó el establecimiento de bibliotecas e impulsó las bellas artes en su país.  Reforzó lo que para él eran los fundamentos de la educación nacional: que esta fuera laica, gratuita y obligatoria.  La educación debía ser además para ambos sexos y para todas las clases sociales.  En el campo artístico, Vasconcelos estimuló la realización de grandes obras murales, Precisamente, una obra de Diego Rivera adorna el edificio de la Secretaría de Educación Pública de México, y fue elaborada a petición de Vasconcelos. 

La obra educativa de Vasconcelos está basada en su consideración de que Latinoamérica debe crear su propia filosofía y su ciencia.  Estaba convencido de que la educación era la actividad más importante del Estado, y que se educaba también a través de las artes y de la promoción cultural.  Fue secretario de Educación Pública entre 1921 y 1924. Vasconcelos organizó las Misiones Culturales, equipos interdisciplinarios que iban a las comunidades para educar y brindar una atención integral, con maestros, trabajadores sociales, artistas y especialistas en desarrollo infantil.  De ahí nacieron las escuelas normales regionales, y les dio a las escuelas el carácter de Casas del Pueblo, como centros de actividades culturales.
En palabras de Ocampo López (2005):

En la historia de la educación iberoamericana, el humanista y educador José Vasconcelos, es el filósofo del nacionalismo y de la iberoamericanidad, en un pueblo mestizo producto del hibridismo de tres pueblos y culturas.  En su obra educativa en el primer lustro de la década de los veinte en México, se propuso hacer de la escuela una casa del pueblo y del maestro un líder de la comunidad.  Después de la revolución mexicana, Vasconcelos fortaleció la identidad del país azteca y en su pensamiento y acción educativa se propuso señalar a los mexicanos y a los iberoamericanos que el estímulo a la educación es el único camino para superar la crisis nacional y alcanzar la meta del desarrollo y el progreso de estos países.  Su gran gestión en la Universidad Nacional de México y en la Secretaría de Instrucción Pública, que lo llevó a elevar el nivel educativo y cultural del pueblo mexicano, lo convirtió en el ejemplo para los estadistas y educadores en este pueblo de Iberoamérica que transmite hacia el futuro la esencia de una ‘Raza Cósmica’, síntesis de la cultura universal (p.159).

La revolución mexicana y la reforma educativa



Señala Mora (2010) que la Revolución Mexicana fue la primera gran revolución agraria, que tuvo lugar en América Latina y que marcó la historia del siglo XX.  Años más tarde, en 1959, tendría lugar la otra revolución, de corte socialista, la única en su clase en el Hemisferio Occidental, en Cuba. Ambas, de acuerdo con Mora, son el reflejo de la importancia que tiene la zona del Caribe como centro geopolítico.  La influencia del positivismo y el liberalismo durante la segunda mitad del siglo XX dio forma a gobiernos que, si bien se preocuparon por expandir la cobertura del sistema educativo, llevaron a excesos en el ejercicio del poder. 

En ese entonces, en México, un ínfimo porcentaje de la población controlaba más del 85% de la tierra.  Los campesinos, en su mayoría indígenas, vivían prácticamente bajo un sistema feudal, en donde los grandes terratenientes apenas si les daban techo y comida a cambio de su trabajo.  Estas condiciones paupérrimas fueron el acicate de la revolución, pero los gobernantes que venían a asumir el poder lo hacían a costa de estas mayorías desposeídas y sin ninguna esperanza de mejora.

El general Porfirio Díaz (1830-1915) dominó la escena política mexicana durante este periodo, llegando a establecer una dictadura, que se denominó “el porfiriato”.  Francisco Madero lideró un movimiento para dar un golpe de estado, que culminó con la renuncia de Díaz en 1911.  Este fue el inicio de la Revolución Mexicana, la cual sumió a este país en un caos durante casi una década, desde 1910 hasta 1917 o 1920, según diferentes historiadores.  Se dio una sucesión de presidentes, luego de que Madero fuera asesinado en 1913.  Surgieron figuras hoy míticas de la revolución, como Pancho Villa y Emiliano Zapata, quienes combatieron, el primero en el norte, y el segundo en el sur, a los gobiernos que se instituían y que pretendían continuar alimentando las desigualdades sociales.  Con la Revolución Mexicana se manifiesta el descontento con el positivismo y sus ideales de progreso, así como con el liberalismo como modelo político-económico, los cuales habían adoptado las clases oligárquicas de América Latina para justificar y mantener su hegemonía.

La reforma educativa en la revolución mexicana

Gamboa (2006) apunta lo siguiente acerca de las políticas educativas que tuvieron lugar en la época de la revolución mexicana:
  • Durante el “porfiriato”, había un elevadísimo número de personas analfabetas.  Los gobiernos de Francisco Madero y de Huerta no cambiaron las cosas mucho con respecto de Porfirio Díaz.
  • Venustiano Carranza cerró el Ministerio de Educación y le pasó la responsabilidad a las municipalidades.  Como estas no tenían suficientes recursos, muchas escuelas cerraron.
  • José Vasconcelos tuvo la tarea de volver a montar la Secretaría de Educación Pública (SEP), la cual se fundó en 1921, durante el gobierno de Álvaro Obregón.
  • La reforma tuvo varios ejes: educación rural, educación indígena, educación técnica y difusión de la cultura.  Los departamentos del SEP eran: escolar, bibliotecas y bellas artes.
  • Federalización de la educación: crear políticas centralizadas en el SEP; elaborar un currículum también centralizado; dar mayor importancia a la escuela primaria incluso en detrimento de la universitaria.
  • Cuando llegó al poder Plutarco Elías Calles, Vasconcelos salió del SEP.  Calles continuó la reforma y fundó escuelas normales, instituyó la educación secundaria y abrió escuelas populares y de oficios.
  • En 1934 se promovió la educación socialista; se enviaron maestros a las zonas rurales, se combatió el fanatismo religioso y se intentó dar una visión racional y científica del mundo.  Este modelo se intentó aplicar durante la presidencia de Lázaro Cárdenas.
  • En cuanto a la educación superior, la antigua Real y Pontificia Universidad de México, de carácter escolástico, fue cerrada por los liberales en el siglo XIX, y fue abierta en 1910 en el gobierno de Porfirio Díaz, siendo Justo Sierra el autor intelectual de su apertura.  No fue sino hasta 1929 que adquiere su autonomía y se le agrega a su nombre “Universidad AUTÓNOMA de México”.