martes, 30 de julio de 2013

Conclusiones

Definitivamente, cada uno desde su campo de acción, Vasconcelos, Henríquez Ureña y Ponce fueron fieles defensores de una América Latina con identidad propia, unida y libre frente a la influencia de los Estados Unidos, y conscientes del papel que juegan los latinoamericanos en el mundo y la historia.  Fueron, además, ágiles para denunciar las desigualdades sociales, producto de la opresión no solo de la potencia foránea, sino también de los propios grupos de poder al interior de nuestros países.

El espíritu latinoamericanista presente en el modernismo de Darío, fue compartido también por el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), quien con su “Ariel” promovería un regreso a los ideales estéticos y los valores más espirituales de la América Hispana, en contraposición con el utilitarismo y el positivismo de los anglosajones. 

Recordemos, además, que en Costa Rica, en esos años, se dio la reacción ante el liberalismo, con el intervencionismo estatal de corte socialista de Alfredo González Flores.  La educación dirigiría sus esfuerzos a una mayor cobertura y a unos valores más cercanos a la solidaridad y a una consciencia nacional enfrentada a la competencia y al materialismo que caracterizaron al positivismo.

Un maestro costarricense, don Joaquín García Monge, sería uno de los defensores del espíritu latinoamericano inspirado en la obra de Rodó, tal como lo ha señalado don Arnoldo Mora en su libro “El arielismo: De Rodó a García Monge” (véase Mora, 2008).  Don Joaquín, nacido en Desamparados y graduado de la Universidad de Chile, Director de la Escuela Normal y Ministro de Educación, fue uno de los más grandes difusores de la cultura latinoamericana a través del “Repertorio Americano”, que durante las primeras décadas del siglo XX publicó los escritos de los mejores ensayistas y literatos de esta parte del continente.

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