sábado, 22 de junio de 2013

Conclusiones

La educación ha sido a lo largo de la historia un elemento central para reproducir la cultura y también el poder.  Primero en manos de la Iglesia, poco a poco fue pasando bajo el control del Estado conforme fueron tomando fuerza las ideas de la ilustración y, más tarde, el positivismo y el liberalismo.  Ha existido una lucha de siglos para arrebatar el poder a las monarquías y a la Iglesia.  En América, la independencia no fue una “revolución popular”, sino que se dio ante una pugna entre criollos oligarcas que veían limitado su campo de acción en la política y el comercio.  Aun después de la independencia, las desigualdades continuaron.  Los indígenas, mestizos y negros no tenían acceso a la educación, no tenían tierras y eran en general explotados.  

Los ideólogos de la independencia abrazaron las ideas ilustradas de igualdad, aunque quizás más para lograr sus objetivos que por realmente emancipar a las clases populares.  Ese no era su objetivo.  Las nacientes repúblicas necesitaban un norte común, consolidar un Estado, un proyecto de país, una identidad.  Para ello, se sirvieron de las ideas del positivismo, “orden y progreso”, y de la filosofía de Spencer, “evolución”, “darwinismo social”, y centraron su mirada en el Norte (Europa y Estados Unidos).  La educación se expandió, con la idea de lograr un proyecto unificado en torno a la “razón”.  Hubo oposición a la Iglesia y se le restó poder.

Los ideales de una América Latina unida, como una sola nación, fueron compartidos por Bolívar, Martí y de Hostos.  Comprendieron que la educación era una manera de promover la unificación de los pueblos, rescatarlos de la ignorancia y hacerlos avanzar hacia el “progreso”.  En ellos podemos identificar las ideas positivistas, pero también evidencian una transición, sobre todo en Martí, hacia una postura más “espiritual”, humanista o “romántica”.

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