Dice Gregorio Weinberg (1995) que
el positivismo se fue instaurando como doctrina “oficial” sobre todo en México,
en la segunda mitad del siglo XIX. De
acuerdo con este autor, el positivismo en América Latina se caracterizó por
tomar los patrones productivos, industriales y de consumo de Europa y de los
Estados Unidos, como los modelos a seguir.
El positivismo se adoptó como la ideología de la clase oligárquica
liberal, siendo uno de sus principales exponentes en México, Gabino Barreda
(1818-1881) y más adelante Justo Sierra (1848-1912).
Barreda introdujo en México las
ideas del filósofo y sociólogo francés Augusto Comte (1798-1857), quien
postulaba que la razón y la ciencia debían orientar a la sociedad. El lema del positivismo fue “Orden y
Progreso”. Se rebeló contra el
conocimiento por autoridad de la metafísica y la religión. Concebía que solamente a través de la razón y
la tecnología se podía avanzar hacia un mundo mejor. Comte propuso su “teoría de los tres
estados”, refiriéndose a etapas de evolución de la sociedad: 1) El estado
teológico o ficticio; 2) El estado metafísico o abstracto; y 3) El estado
científico o positivo. Contraponía la
“barbarie” a la “civilización”. La
barbarie estaba asociada a la primera etapa mítica, o “infancia” de la
sociedad.
Otra de las características del
positivismo latinoamericano fue el rechazo a que la educación estuviera en
manos de la Iglesia, por lo cual se promovió la educación pública a cargo del
Estado. El positivismo incluyó además
ideas como el altruismo y sobre todo la libertad.
Las ideas de Augusto Comte
tuvieron influencia también en el pensamiento de otro autor, Herbert Spencer
(1820-1903), filósofo, sociólogo y naturalista británico, quien tomó la teoría
de la evolución de Darwin para desarrollar una filosofía evolucionista, la cual
aplicó a la interpretación de la sociedad.
Spencer pensaba que la sociedad
evoluciona de la misma forma que lo hace un organismo, a partir de la selección
natural o “ley del más fuerte” (aunque se afirma que su teoría era realmente
Lamarckiana y no tanto Darwiniana). Su
concepto de libertad suponía que todos compitieran en las mismas condiciones,
sin que el Estado interviniera o que asumiera servicios públicos o subvenciones
a los ciudadanos.
Justo Sierra (1848-1912)
Afirma Lafuente Guantes (2001)
que en las colonias españolas había una división entre diferentes instituciones
que veían cada una por sus propios intereses: milicia, iglesia, gobierno, etc.,
por lo que las ideas de “orden y progreso” sirvieron para orquestar la unión de
un proyecto nacional, en donde la educación vendría a jugar un papel muy
importante.
Desde la noción de “orden” del
positivismo, se dispuso que las distintas instituciones que estaban en pugna en
las nuevas repúblicas debían alinearse en torno a un proyecto común, para lo
cual la educación vino a cumplir una función esencial. En México, fue Justo Sierra quien, como Ministro
de Instrucción Pública, realizó una profunda reforma para centralizar las políticas
educativas en el Estado.
Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)
En Argentina, el positivismo
cobró fuerza con Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, este
último además Presidente de dicho país entre 1868 y 1874. Estos veían en los Estados Unidos el modelo a
seguir, e incluso se hablaba de un “yanqui hispanoamericano”. Sarmiento fomentó la inmigración de europeos
hacia Argentina, identificando a estos como símbolos de la “civilización” y el
progreso, en contraposición a la “barbarie” asociada con los indígenas y
mestizos, quienes eran vistos como retrógrados.
Sarmiento fue el gran constructor
del sistema educativo argentino. Durante
su presidencia, se construyeron 800 escuelas y se triplicó el número de
estudiantes. Fundó escuelas normales y
trajo maestras de los Estados Unidos para impartir lecciones. Financió la educación pública a través de
impuestos y las equipó con materiales y libros.
También fundó bibliotecas populares a lo largo de su país.
Referencias
Lafuente
Guantes, María Isabel. (2001). Las ideas filosófico-educativas del positivismo
latinoamericano: Educación para la ciudadanía. Historia de la Educación Colombiana, No.3-4, p.45-67.
Oviedo, José Miguel. (1990). Breve historia del ensayo latinoamericano. Madrid, España: Alianza.
Zea, Leopoldo. (1976). El pensamiento latinoamericano.
Barcelona, España: Ariel.
Weinberg,
Gregorio. (1995). Modelos educativos en
la historia de América Latina. Buenos Aires, Argentina: AZ Editora.